domingo 9 de mayo de 2010

Continentes perdidos del Silúrico

La provincia de Huelva cuenta con destacados elementos geológicos como la barra de El Rompido, en Lepe, el travertino de la Peña de Alájar, los yacimientos de fósiles pliocenos de Bonares, las formaciones volcánicas de Cumbres de Enmedio, las dunas de Almonte, la Gruta de las Maravillas de Aracena o las mineralizaciones de la Faja Pirítica en su conjunto, entre otros muchos. Pero para mi gusto, uno de los más sorprendentes es el afloramiento de rocas de la corteza oceánica en plena Sierra de Aracena.

Sonará extraño -misterioso, incluso- eso de que las rocas de la corteza oceánica afloren a altitudes de setecientos y ochocientos metros sobre el nivel del mar, pero es una realidad incuestionable. La ciencia geológica -afortunadamente- ha resuelto el enigma. Probablemente, no me hubiera decidido a incluir este trabajo aquí de no ser porque el caso lleva asociada la presencia de una especie de continente desaparecido. Aunque eso también está explicado por la geología. Ambas evidencias suponen una realidad científica muy singular y muy poco conocida por el gran público. Permítanme que, además de darles las explicaciones pertinentes sobre los hechos geológicos, les acompañe a realizar una excursión por los terrenos cuyas rocas nos aportan tan singular información.

Comenzaremos por recordar las claves geológicas que explican esta realidad, utilizando un lenguaje sencillo para que resulte más asequible al lector poco familiarizado con la terminología geológica. La litosfera es una capa fina de la corteza de la Tierra, de tan sólo unos cincuenta kilómetros de espesor. Hay dos tipos de litosfera, la oceánica y la continental. La primera está constituida por rocas basálticas y se corresponde con los fondos de los océanos. La segunda está formada mayoritariamente por granitos y abarca los continentes emergidos y los taludes continentales. La litosfera está fragmentada en una serie de bloques conocidos por el nombre de placas tectónicas.

Estas placas están suspendidas sobre la astenosfera (una capa del manto terrestre, que se encuentra semifundida) y no son estáticas, sino que se encuentran en constante movimiento. Para que pueda producirse ese desplazamiento mientras cubren la superficie completa del planeta es necesario que en unos bordes de las placas se genere material y en otros se destruya. Estos movimientos son muy lentos al ojo humano, no olvidemos que la unidad de tiempo en geología es el millón de años (M. A.). A lo largo de la historia de la Tierra ha habido algún momento en que todas las placas continentales han estado unidas, formado un supercontinente llamado Pangea.

La generación de litosfera se produce en las dorsales oceánicas, gracias al ascenso de magma desde la astenosfera, que va adosándose al extremo de la placa correspondiente. En los límites donde se destruye material litosférico, una de las placas subduce (se introduce) bajo la placa vecina, por lo que la masa rocosa pasa a la astenosfera. El Ciclo de Wilson (descrito por este geólogo en 1.968) recoge de forma esquemática el proceso completo con todas las fases posibles. Se parte de una zona continental antigua allanada por la erosión. Ese continente se rompe en dos placas, dando lugar a un océano joven, en el que -al crecer por la separación de las dos placas- comienza a crearse corteza oceánica. Con el tiempo, en el centro del nuevo océano surge una dorsal. Un cambio en la dinámica hace que un extremo de la corteza oceánica comience a introducirse bajo la corteza continental, con lo que las dos placas surgidas de la rotura del continente inicial empiezan a acercarse nuevamente. Las cortezas continentales llegan a cerrar la cuenca oceánica y terminan por colisionar y cohesionarse, dando lugar a una nueva cordillera.

En esas colisiones continentales, una parte de la capa de corteza oceánica queda incrustada en la nueva cordillera. Por tanto, cuando encontramos rocas procedentes de una antigua litosfera oceánica intercalada con rocas continentales, tenemos una evidencia definitiva de la existencia de una sutura entre dos continentes que han colisionado para formar esa cordillera. Las rocas que en nuestra Sierra suponen tal evidencia son las ortoanfibolitas de Acebuches, así llamadas en honor a aquella aldea de Almonaster la Real, en la que fueron estudiadas. Estas rocas, según los geólogos que las han estudiado, afloran desde Beja (Portugal) hasta Almadén de la Plata (Sevilla), aunque en nuestra comarca yo, personalmente, no las he hallado ni en Rosal de la Frontera y Encinasola, por el oeste, ni en Zufre y Santa Olalla del Cala, por el este.

Aunque los geólogos no se ponen de acuerdo en las denominaciones, siguiendo el criterio de Díaz Azpiroz, podemos decir que las placas que chocaron en su día (hace unos 320 Millones de Años) eran la Euroasiática (Centro Europa y la meseta ibérica) y la Placa Surportuguesa (que abarcaba el sur de Portugal y el centro y sur de lo que hoy es la provincia de Huelva). El océano que se formó en medio se llamaba Japeto. Los basaltos originales se formaron en su fondo hace más de cuatrocientos millones de años, para dar lugar -después de sufrir un complejo proceso de metamorfismo- a esas ortoanfibolitas que hemos citado.

Estas rocas tan peculiares afloran en varias localidades serranas, siendo especialmente bien apreciables en algunos lugares muy concretos. Los afloramientos más destacables son: al sur de Aroche y Cortegana; en Las Veredas y Almonaster la Real; al norte de Calabazares y La Corte de Santa Ana la Real; al sur de Alájar y Linares de la Sierra; en la carretera que une Aracena con Campofrío; y en Jabuguillo e Higuera de la Sierra.

En determinados sitios de nuestra geografía la observación de las ortoanfibolitas lleva asociada la visión de las dos placas continentales fusionadas. Así, mirando desde la ladera sur del Cerro San Cristóbal, en Almonaster la Real, vemos al norte el “continente” de Eurasia, concretado en las zonas más altas de esa montaña. Mirando al sur vemos el “continente” Surportugués, que abarca toda la extensión de terreno serrano que avanza hacia el sur y las tierras andevaleñas que son apreciables desde la zona: El Cerro de Andévalo, Calañas, Zalamea la Real...

Otro tanto ocurre en la Curva de la Piedra Llana (Santa Ana la Real) y en las inmediaciones de Higuera de la Sierra, en los kilómetros 75 y 76 de la carretera nacional 433. En el emplazamiento santanero pueden apreciarse las aldeas de La Corte y Calabazares, asentadas sobre las ortoanfibolitas, custodiadas al norte por las alturas euroasiáticas de la Sierra de san Cristóbal y las sierras que desde Santa Ana ascienden hacia Aguafría y Jabugo. Hacia el sur pueden verse las tierras surportuguesas de La Granada de Riotinto, Minas de Riotinto, El Campillo, Valverde del Camino, etc.

Una vez que hemos puesto luz en este misterio de la ciencia, podemos afirmar, aunque suene raro, que la Sierra y el resto de la provincia de Huelva pertenecen a continentes distintos. Dos continentes en una sola provincia.

viernes 30 de abril de 2010

La Dama de la curva: un fenómeno entre la fantasía y la realidad

Se me viene a la memoria un anuncio de coches, emitido en televisión allá por 1998. En él se veía a un señor que circulaba de noche y en circunstancias meteorológicas adversas y se encontraba con una mujer que hacía autostop. Lánguida y pálida. El conductor le manifestaba su extrañeza por encontrarla en tales circunstancias, a lo que ella simplemente contestaba que tuviera cuidado porque se acercaban a una curva muy peligrosa. Las grandes cualidades del vehículo le permitían salvar la curva sin problemas, ante la desesperación de la autostopista, que sólo buscaba conducirlos al desastre.

La línea argumental de la primera parte del anuncio está basada en un fenómeno mundialmente conocido y muy debatido en los foros mal llamados paranormales. En unos lugares se le llama “la dama de la curva”, en otros simplemente “la autostopista”. El gran escritor japonés Yasunari Kawabata -Premio Nóbel de Literatura en 1968- recoge ese fenómeno en uno de sus magníficos relatos. “Dicen que el espectro de una mujer joven se sube a los automóviles que pasan junto al crematorio por la noche”. Creo que es el mejor ejemplo posible de la universalidad de un fenómeno cuya naturaleza no está nada clara.

Para muchos investigadores, nos encontramos ante una de las leyendas urbanas más arraigadas en la sociedad, sin ningún fundamento. Por el contrario, para los seguidores de corrientes espiritistas o similares, el origen del fenómeno se halla en la actividad post mortem de espíritus desencarnados que no saben buscar el camino hacia otros planos de la existencia ultraterrena. Aunque personalmente no descarto ninguna hipótesis, por los resultados de las investigaciones que he realizado, me decanto por las teorías más escépticas.

Hablo de mis investigaciones porque en nuestra geografía, como no podía ser menos, también se han dado casos de la llamada “dama de la curva”, algunos de los cuales he tenido ocasión de estudiar. Antes de entrar en detalles sobre esos casos, quiero recordar que el investigador José Manuel García Bautista cita ciertos casos en la Sierra, en curvas cercanas a Aracena, referentes a ancianas enlutadas y a seres alados. Personalmente, no he tenido noticias sobre ellos, por lo que la información que poseo es escasa. Por lo que comenta el amigo García Bautista, estos casos parecen alejarse de los clásicos de “dama de la curva” o “autostopista”, así que no profundizaré más en ellos y pasaré sin más dilación a los dos casos que yo conozco.

Desde muy niño he oído contar historias sobre casos de este tipo acaecidos en la zona conocida como las catorce curvas, en la carretera nacional 433, a la altura de Fuenteheridos, justo en el espacio existente entre los dos accesos a esa localidad, de un kilómetro de longitud. Actualmente esas curvas han desaparecido con la remodelación de la carretera, cada día más transitada. Sin embargo, en aquella época, el trazado y la climatología invernal serrana daban una combinación perfecta para el fenómeno de la autostopista. Claro que todos fueron testimonios indirectos.

Al perderse las fuentes de origen, las noticias sobre esos casos -silenciados en gran medida por los posibles protagonistas- caen en los círculos rumorísticos, que van añadiendo aportes creados por la imaginación de los sucesivos eslabones de la cadena de propagación del rumor. Todo ello dificulta enormemente las opciones de acceder a las fuentes originales, las únicas que pueden ofrecer la información de primera mano, imprescindible para llevar a cabo una investigación rigurosa. Algo así ha ocurrido con lo de Fuenteheridos.

En numerosas ocasiones he buscado afanosamente a los posibles testigos de ese supuesto fenómeno, pero me ha sido imposible dar con uno solo de ellos, ni en Fuenteheridos ni en otras localidades de la comarca. Sin testigos no hay caso, por lo que lo más acertado es dictaminar que el caso de la autostopista de las catorce curvas de Fuenteheridos sólo puede considerarse un rumor, encajando claramente en la explicación de la leyenda urbana. Aunque cuando tuve mi primer coche, antes de que se redujera el número de curvas, en varias noches de lluvia me acerqué hasta la zona y la recorrí emocionado, esperando ver si el fenómeno surgía antes mis ojos. Como era de esperar, nunca apareció ante mí ninguna mujer de rostro pálido y ropas extrañas, haciendo autostop.

Más gratificante fue la segunda investigación que desarrollé sobre un nuevo caso, aunque tampoco allí se trataba de un fenómeno sobrenatural. Fue a mediados de los noventa, en la localidad de Higuera de la Sierra. Por las localidades cercanas, como Puerto Moral o Corteconcepción, comenzó a circular el rumor de que en la salida de Higuera en dirección a Aracena se estaba apareciendo una extraña mujer que hacía autostop. Era en la travesía del casco urbano, en la misma carretera N-433.

Las supuestas apariciones acaecieron en pleno verano y siempre a altas horas de la madrugada, ocasionando más de un susto entre los conductores. Los rumores personificaron a la “aparecida” como una joven higuereña que había muerto hacía ya bastantes años. Pensé que los familiares podrían ayudarme a localizar a algunos de los testigos del caso. Hasta la familia de la difunta habían llegado esas noticias, según me confirmaron cuando me entrevisté con ellos, pero desconocían la identidad de los posibles testigos. Además, ellos dudaban de que fuera su añorada pariente la que se aparecía. A base de perseverar en las indagaciones por otras vías conseguí identificar a un testigo, que me aclaró muchas dudas.

En primer lugar, por su descripción, la joven tenía poco aspecto de estar difunta. Entre su indumentaria destacaba la minifalda y el bolso, que no encajaban para nada en el retrato robot de las protagonistas del fenómeno. El testigo me negó que fuera una chica de la localidad o que guardara relación con Higuera. Cabía la posibilidad de que se tratara de alguna mujer que se desplazara después de una noche de “marcha”, pero nuevos testigos me ayudaron a aventurar otra hipótesis. En alguna ocasión, la chica había sido vista a cierta hora por alguien que iba a Aracena y, a la vuelta, se encontraba que ya había desaparecido. Esa misma persona volvía a pasar un par de horas más tarde y de nuevo veía a la joven.

Esto me llevó a sospechar que podría tratarse de una prostituta que trataba de ejercer su profesión en aquel lugar. Eso justificaba esas ausencias y presencias en una misma noche. Por lo demás, como ya hemos dicho, su aspecto encajaba bastante más con la prostituta que con la difunta. Lo cierto es que al poco tiempo -puede que la escasez de clientela tuviera algo que ver, en caso de ser acertada la hipótesis de la prostitución- esta mujer dejó de “aparecerse” por allí, y con ella se esfumaron los rumores.

Es muy posible que se hayan dado más casos en nuestra provincia, pero hasta el momento lo desconozco. No puedo terminar sin antes hacer alguna matización genérica. La leyenda urbana y la prostitución son las explicaciones más verosímiles para estos dos casos que he seguido. No por ello, pretendo dictaminar que toda la amplia casuística de este tipo encaje en esas dos explicaciones, puede haber otras interpretaciones. Tampoco niego rotundamente, aunque lo dudo seriamente, que haya algún caso que se deba a la acción de alguna alma desencarnada que trata de aferrarse a la vida, ayudando a los conductores que pasan por el lugar donde se produjo su óbito. No lo sé con certeza.

domingo 24 de enero de 2010

Maná bíblico en tierras onubenses

Dice el libro del Éxodo (16, 13-15 y 35): “y por la mañana había una capa de rocío alrededor del campamento. Al evaporarse el rocío, apareció sobre la superficie del desierto una costra fina, escamosa, y tenue como la escarcha sobre la tierra. Cuando los hijos de Israel lo vieron, decíanse unos a otros: ¿Qué es esto? Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: Es el pan que os ha dado Yahvéh para comer. (...) Los hijos de Israel comieron el maná por espacio de cuarenta años, hasta su llegada a país habitado; comieron el maná hasta su llegada a los confines del país de Canaán.”. Maná significa literalmente ¿qué es esto?. Pues en nuestra provincia pudo haber ocurrido algo parecido una noche de noviembre del año 1764.

La primera noticia de este caso la tuve a través de la obra “La España Extraña” de Jesús Callejo y del amigo Javier Sierra, periodista e investigador, quienes lo ubican en Cumbres Mayores, citando como fuente el artículo publicado en el ABC de Sevilla el día veintinueve de marzo de 1968, cuyo autor era Gabriel Sánchez de la Cuesta, catedrático de la Universidad de Sevilla y miembro de las hispalenses Reales Academias de Medicina y de Buenas Letras. Tiempo más tarde, el también investigador y amigo José Manuel García Bautista volvía a citarlo en la Guía Misteriosa de Andalucía Occidental. García Bautista, que usa la misma fuente, también lo limita a Cumbres Mayores.

Para profundizar en el caso recurrí a la lectura del trabajo en el diario ABC. El artículo en cuestión se basa en una publicación que el autor afirma poseer, consistente en un informe técnico de “un sabio monje, perito en Física, jerónimo del monasterio de San Isidro, contiguo a la villa de Santiponce” concerniente a la “blanca polución de la noche del 1 de noviembre de 1764, ocurrida en las proximidades de Cumbres”. Al tratar de averiguar la identidad del jerónimo me encontré que a tal informe se le atribuyen dos autorías. Según es.wikipedia.org, se trataría de José Olivares, que fue un químico nacido en Sevilla, hijo de un boticario de Santiponce, graduado en medicina en 1723, boticario de la Casa Real, visitador del arzobispado y socio numerario de la Real Sociedad de Sevilla. Por su parte, Justino Matute y Gaviria, en su obra de 1827 “Bosquejo de Itálica ó apuntes que juntaba para su Historia” afirma que se trata de Fernando González de Ceballos, nacido en Espera, hijo de D. Manuel de Ceballos, bautizado en su iglesia parroquial el nueve de septiembre de 1782, que estudió filosofía y teología en el colegio de Sto. Tomás de Sevilla, donde se graduó de Doctor en octubre de 1752, y que posteriormente tomó el hábito y profesó en este monasterio de S. Isidro del Campo, donde se entregó al estudio de toda clase de letras.

Al margen de ese detalle de autoría del informe, en la lectura de dicho artículo del ABC pude comprobar que el fenómeno tuvo lugar en más localidades de lo que en la actualidad es la provincia de Huelva, como detallaré más tarde. Según el autor del reportaje, la primera noticia del suceso aparecía en una carta del prior de San Jerónimo del Campo, de Sevilla, fray Juan de San José, dirigida a ese otro monje jerónimo del mismo monasterio solicitándole una explicación. La misiva iba acompañada de una ramita recubierta de la misteriosa “nieve” que había caído en Cumbres Mayores en la noche del 1 al 2 de noviembre de 1764. En palabras textuales del prior “Cayó en la villa de Cumbres Mayores una especie de nieve, que causó mucha novedad, porque no se deshizo, como regularmente sucede; sino que enjugándose, permaneció la tierra blanca, y lo mismo los árboles y piedras; quedándoles pegada una como especie de azúcar, que aplicada a la lengua se percibe dulce”.

Continúa Gabriel Sánchez el escrito afirmando:
Practicadas diversas averiguaciones se comprobó la extensión del fenómeno. El médico de Cumbres, don Joaquín José Gil, informó que había ocurrido a modo de una nevada general, “más abundante en la Dehesa que llaman de Abaxo, ...pero universal a toda suerte de territorio no sólo donde había plantas, y monte, sino también sobre los yelmos, y campos rasos”.

Sánchez de la Cuesta manifiesta también que:
Noticias posteriormente recogidas por el fraile daban cuenta de que sucedió lo mismo en Cerro de Andévalo, Calañas, Puebla de Guzmán, Alosno, Sanlúcar la Mayor y otros pueblos aún más hacia el litoral. “Persona de la más delicada formalidad y exquisita lección como fray Manuel de Fontanilla -dice el citado opúsculo-, hallándose el día de la nevada en su pueblo natal de Manzanilla, observó al amanecer una gran niebla y con ella blanqueaban todos los texados que alcanzaba su vista...; salió a un descubierto donde estaba una hazina de leña seca, y la vio toda blanca, y llena de la misma nieve; la tocó, y cogió; y habiéndola gustado de un dulce exquisito, repitió el cogerla y gustarla muchas veces...”.

Dos interrogantes se nos plantean al conocer esa información: la naturaleza del fenómeno y la verdadera magnitud territorial del evento. Sobre la primera de ellas poco podemos aclarar en la actualidad por el largo tiempo transcurrido. Pese a ello, Sánchez de la Cuesta apunta varias hipótesis al respecto, antes de expresar la explicación que el monje da al fenómeno. La primera hipótesis apunta a un origen vegetal (una especie de secreción generada por algún árbol o planta, depositada por la acción de los vientos). Esta posibilidad requeriría de grandes bosques productores, que no han sido detectados. Además, el efecto se repetiría en el tiempo -al menos de vez en cuando-, cosa que no ha vuelto a ocurrir.

La segunda explicación -que el articulista encuentra muy posible- es la de la recepción en la atmósfera de un material extraterreno. No existe ningún indicio que apunte en esa dirección. La tercera teoría apunta hacia la génesis del producto en la propia atmósfera, lo cual resulta indemostrable ya que, al no conocerse la composición química del producto, no se puede estudiar la viabilidad del posible proceso de génesis. Según Gabriel Sánchez, el escrito del jerónimo apunta la siguiente posibilidad de origen:
(se hizo) en la atmósfera, de diferentes partículas salinas, sulfúreas y minerales que elevó y coció el calor de los días precedentes, y otras que siempre vagan por ella. La Maestra naturaleza es quien, sin haber comunicado a nadie la receta, sabe templar allí las puntas de las sales con la crasitud de un azufre exaltado y dexarlas solamente capaces de punzar halagüeñamente el paladar, no haciendo mordeduras en la lengua con algún sabor acerbo o amargo, sino rascando blandamente el sentido con un picante dulce y suave.

Como hipótesis ahí queda, indemostrable como las otras, pero referida por alguien que tuvo en sus manos el supuesto maná.

La otra interrogante -la geográfica- también plantea dificultades a la hora de resolverla. Es lógico pensar que si el fenómeno afectó a Cumbres Mayores y sus alrededores, debió darse también en los pueblos próximos como Cumbres de Enmedio, Cumbres de San Bartolomé o Hinojales. Por otra parte, si cayó maná en El Cerro de Andévalo, Calañas, Puebla de Guzmán y Alosno, necesariamente debió hacerlo también en Villanueva de las Cruces, que se encuentra rodeada de las anteriores poblaciones. También, si se vieron afectadas Manzanilla y la sevillana Sanlúcar la Mayor, es lógico pensar que otro tanto debió ocurrir con otras localidades onubenses vecinas como Chucena, Villalba del Alcor, Escacena del Campo y Paterna del Campo. Cito sólo las poblaciones actualmente onubenses, pues tenemos que tener en cuenta que en 1764 no existía aún la provincia de Huelva y todas las localidades citadas en este trabajo dependieron de Sevilla hasta la división provincial del siglo XIX.

Desgraciadamente, no tenemos más datos sobre localidades afectadas, salvo las citadas expresamente. Desconocemos incluso a qué poblaciones se refiere al decir “otros pueblos aún más hacia el litoral”, por lo que resulta difícil aventurar nombres de poblaciones afectadas. Las tres grandes áreas que hemos visto antes conforman un triángulo de gran extensión. Si colocamos los vértices en las poblaciones de Cumbres Mayores, Sanlúcar la Mayor y Puebla de Guzmán nos encontramos que hay un gran número de localidades dentro de ese triángulo. Además de algunas de las citadas anteriormente, encontramos a La Nava, Cortegana, Aracena, Almonaster la Real, Alájar, Linares de la Sierra, Santa Ana la Real, Jabugo, Galaroza, Valdelarco, Cortelazor la Real, Los Marines, Fuenteheridos, Castaño del Robledo, Campofrío, La Granada de Riotinto, Nerva, Minas de Riotinto, El Campillo, Zalamea la Real, Valverde del Camino y El Berrocal. También incluye gran parte del actual término municipal de Niebla y partes de los actuales términos de Zufre, Hinojales, Aroche, Cabezas Rubias, Beas, Villarrasa, La Palma del Condado y Villalba del Alcor. Es muy posible que muchas de ellas -tal vez todas- se vieran afectadas por este enigmático fenómeno, aunque probablemente nunca lo sepamos.

Para concluir, quiero manifestar que este no ha sido el único fenómeno atmosférico extraño que haya ocurrido en Cumbres Mayores. El periodista y escritor cumbreño Rafael Moreno me informaba hace algún tiempo que por tradición oral había conocido la existencia en siglos pasados de un huracán que había provocado una gran deforestación en la zona. Añadía Moreno que la localidad ha sufrido en varias ocasiones lluvias de ranas, fenómeno que no es exclusivo de Cumbres, ya que Ignacio Darnaude Rojas-Marcos ha informado de una lluvia similar en Arroyomolinos de León, hacia el verano de 1952. Según Darnaude, tras una aparatosa tormenta, las calles de esa localidad serrana “aparecieron cubiertas de numerosas y diminutas ranas, cuyo dudoso origen -traído por los pelos- se atribuyó al arroyo del Abismo que cruza la población”.

martes 10 de noviembre de 2009

Danzar hacia los dioses

Cada cultura, cada movimiento religioso tiene un conjunto de bailes y danzas que escenifican la unión del ser humano con la divinidad, o que -al menos- suponen un impulso reverencial para evidenciar el deseo de establecer esa unión. La danza sirve también para reavivar las fuerzas cósmicas o místicas, manifestadas tradicionalmente como plasmación de la unión humana-divina. La danza ritual ya era usada en las tribus primitivas y jugó un papel destacadísimo en el mundo griego. En la actualidad, destacan por la intensidad de su adoración los derviches, místicos musulmanes que entran en éxtasis a través de la danza y llegan hasta la extenuación.

Según el antropólogo Pedro A. Cantero, “la danza es una expresión por la que el hombre siente, comunica y conoce”. En la provincia de Huelva contamos con un puñado de tradiciones con la danza como protagonista. Sin llegar al misticismo de las manifestaciones de los derviches, podemos afirmar que casi todas ellas tienen un marcado carácter religioso, salvo ciertas manifestaciones puramente lúdico-festivas, que también citaremos para dar una idea un poco más clara del mosaico de danzas provinciales. Incluso haremos referencia a ciertas danzas que desgraciadamente se han perdido por diversas causas. También hemos de llamar la atención sobre el hecho de que en muchas ocasiones el ritual de la danza comienza antes de los primeros pasos, justo en el proceso de colocación de la indumentaria. Algunas de nuestras danzas provinciales están interpretadas por hombres, mujeres o niños ataviados con una vestimenta digna de admiración, de la que también hablaremos.

Debía andar yo por los cuatro o cinco años cuando venían a Puerto Moral los Danzantes de Hinojales para participar en la procesión de la Virgen de la Cabeza. Me llamaba tanto la atención la indumentaria de aquellos jóvenes, que cuando sale a colación el tema de la danza, pese al tiempo transcurrido, el primer elemento que se me viene a la cabeza es el de esta localidad serrana y su particular tradición. Con ese motivo, comenzaremos nuestro análisis del fenómeno de la danza en la provincia de Huelva por esa población. Las actividades de danza tienen lugar en Hinojales durante el mes de mayo, en los cultos a la Virgen de Tórtola. Participan del acontecimiento dos grupos -niños y jóvenes- al son de la gaita y el tamboril. Cada grupo consta de ocho “lanzaores” (con cinturón rojo) y un “guión” (con cinturón verde), que los dirige. Todos ellos se ayudan de castañuelas para realizar sus movimientos.

Dejemos que sea la docta voz del periodista Aurelio De Vega, gran amante de la sierra onubense, la que describa la danza de Hinojales. Hacen dos movimientos girando a derecha e izquierda, por fuera, y luego otros dos hacia dentro. Hay una parte en que los danzantes van hacia atrás y los de atrás vienen adelante. Vuelven a repetir las mismas o parecidas figuras, hasta que llegan a quedarse en forma de cruz. La danza en la iglesia es más viva que en la calle. El propio De Vega comienza a describirnos la indumentaria de estos danzantes. Camisa blanca normal; una cinta de cualquier color colgada al cuello (cae por delante y parece que son tirantes); cinturón, más ancho por delante y con unas ballenas para que no se doble.

Se enriquece la vestimenta con un doble faldoncillo o “volero”, blanco de encaje calado, con dos pañuelos a los lados. Continúa De Vega la descripción. El pantalón es normalmente azul, hasta por debajo de la rodilla. Tiene botonadura dorada por fuera del muslo y dos madroños, donde el pantalón termina y aprieta la media, que es blanca de hilo. Las zapatillas son también blancas. Este traje es muy vistoso y tiene como complemento un gorrito de tela de color, hecho a capricho y sin casquete. Es más ancho por delante, lleva un encajito blanco muy fino encima y unas flores pequeñas cosidas. Por detrás cuelga un manojo de diez o más cintas, cada una de un color y centímetro y medio de ancho, que caen hasta la cintura.

Muy cerca de allí, en Cumbres Mayores, nos encontramos con otra tradición de danzantes. En el Corpus Christi, durante las procesiones, se hacen las Danzas de la Virgen de la Esperanza y del Santísimo Sacramento. Los danzantes son niños de ambas hermandades que realizan su labor al son de la gaita, el tamboril y las castañuelas. Al domingo siguiente se repiten en la vuelta de las imágenes a sus ermitas. También participan los danzantes en los actos del Lunes de Albillo (segundo lunes tras el Domingo de Resurrección) con la Danza de la Virgen y también en la verbena de la Virgen del Amparo, el 8 de septiembre, día de la Natividad de María. Existen además otras danzas infantiles en nuestra provincia, como son los bailes de seises de la fiesta de la Virgen de Coronada -en Calañas-; los lanzaores de Cabezas Rubias en los festejos y romería de San Sebastián; y las que cita Cantero en Paymogo.

Al noroeste de la provincia tenemos a Encinasola, localidad donde se da una de las manifestaciones de danza más impresionantes de nuestra geografía: la Danza del Pandero. Se trata de una antigua danza fúnebre de origen leonés, cuyo arranque se remonta al siglo XIII. Es interpretada por mujeres con un sobrio ritmo marcado exclusivamente por unos panderos cuadrados. Se cree que se interpretaba al morir un niño pequeño, en la creencia de que a la vida se venía a sufrir y con la muerte un alma inocente alcanzaba la dicha del paraíso celestial. Se cantaba y bailaba en la puerta del niño formando corro bajo la sobriedad del pandero, único instrumento utilizado para su interpretación. Luego iban a casa de los padrinos del niño donde volvían a bailar y eran agasajados con dulces, chacinas y otros manjares típicos. El Grupo de baile de Encinasola participó en el VII Concurso Nacional de Coros y Danzas -celebrado en el Teatro Español de Madrid- en diciembre 1948, obteniendo el primer premio Nacional de danza.

San Telmo es una pedanía minera de Cortegana. En el mes de mayo, en las fiestas patronales, tiene lugar una danza de las espadas protagonizada por jóvenes de la localidad con una sencilla indumentaria, en la que destaca una banda roja cruzando el pecho. Hay en nuestra provincia varios ejemplos más de danza de las espadas; para Cantero, la más lograda y emotiva de todas ellas es la de San Bartolomé de la Torre, “tanto por la sincronía de los pasos y mudanzas como por la intensidad dramática que alcanzan danzaores y tamborileros, así como la perfecta ejecución de la música y las figuras”. Se realiza dos veces al año, en San Sebastián y en San Bartolomé. La espada es larga y de guarda ancha. Doce hombres componen el grupo, pero tres descansan mientras danzan los otros nueve. Entre ellos destacan el “maestro” -encargado de ir determinando las figuras y mudanzas, que no se turna- y el “rabo”, personaje de cierre que tiene mayor libertad de acción y se luce con movimientos a modo de adornos. El rabo, en cada salida del arco de sables, cierra la cola con un arrastre de su espada.

Otra danza de espadas es la que se celebra en La Puebla de Guzmán con motivo de la romería en honor de la Virgen de la Peña. Solemne en sus pasos y mudanzas, la danza de La Puebla es rica en lo que a indumentaria se refiere. Hay dos danzas -la de hombres y la de mozos- de nueve componentes cada una. Están encabezadas por un capitán y cerradas por un rabeón. En Villanueva de las Cruces cuentan con la Danza de los Garrotes, por San Sebastián, y en Villablanca, con la Danza de los Palos. Esta localidad celebra cada año un Festival Internacional de Danza. Los jóvenes la interpretan en la Romería de la Virgen Blanca y los viejos lo hacen en las patronales, en honor de la misma advocación.

El caso de El Cerro de Andévalo es muy interesante por la riqueza de las indumentarias y porque participan en la danza tanto hombres como mujeres, lanzaores y jamugueras. Los siete Lanzaores van vestidos con pantalón negro, con botones de plata en la parte inferior del pernil, camisa blanca de manga ancha y chaleco estampado. Llevan una banda bordada cruzada sobre el pecho. Cuatro de esas bandas son de color rojo y las otras tres de color verde. En ciertas ocasiones, los Lanzaores visten además una chaquetilla corta de color negro. Por su parte, el traje de las Jamugueras está formado por camisa blanca con encajes, corpiño, Monillo, toca bordada en oro, guantes, guardabajo de seda, enaguas, moa, medias de cuchillas azules, chinelas de terciopelo rojo, sombrero de plumas con lazo y una vistosísima muestra de joyas. Los bailes tienen lugar la Mañana de Albricias (Domingo de Resurrección), el Día de Faltas o Jueves de Lucimiento, durante la romería de San Benito (primer domingo de mayo) y el Miércoles del Dulce. Los hombres realizan un baile que pudiera encontrar sentido en la recreación de vivencias pastoriles. Unidos por las lanzas que portan, van formando distintas figuras: hileras, caracol, túnel, siempre al paso que marca el tamboril. El paso de las andas consiste en pasar danzando bajo las andas que portan a San Benito, sin darle nunca la espalda, en la procesión del domingo de Romería. En cuanto a la Folía, cuando la bailan las mujeres solas, lo hacen mirándose, describiendo varios círculos y figuras, con pasos cortos, mientras unen sus dedos sobre sus cabezas. La Folía también se baila en forma mixta, entonces el hombre, sin tocar a la mujer, la va cortejando dando vistosos saltos, mientras la mujer realiza los movimientos descritos anteriormente hasta que terminan en un abrazo.

Con un nombre muy parecido, la Foliá, se da otra danza en Santa Bárbara de Casa. Por otra parte, Sanlúcar de Guadiana desarrolla durante las fiestas en honor de Nuestra Señora de la Rábida una danza dedicada a la Virgen. Tiene lugar el fin de semana siguiente al Domingo de Resurrección. Es una danza de gloria, bailada por grupos de once varones: hombres, jóvenes y niños. Una de las mudanzas consiste en la reunión de dos grupos de cinco hombres que sostienen arcos de flores. Las fiestas de San Juan Bautista también llevan asociadas danzas en nuestra provincia, como la de los Carajuanes de El Berrocal o la Danza de los Cascabeleros, en Alosno. Esta última es una danza de origen pastoril que se manifiesta en dos modalidades. La primera de ellas es la de los cascabeles, que se realiza durante la procesión y hace alusión a los cascabeles que lucen los lanzaores en las piernas. La segunda de ellas es “el parao”, un fandango que se ejecuta ante la iglesia. Un capataz con una sonaja dirige los bailes, con una docena de mudanzas y tres cambios de ritmo.

El Almendro y Villanueva de los Castillejos comparten la celebración de la romería de Nuestra Señora de Piedras Albas, desde el Domingo de Resurrección al Miércoles de los Burros. Y también comparten la danza de los Cirochos, un baile de adoración interpretado por catorce danzantes. Hay dos grupos, el de los cirochillos (niños de hasta doce años) y el de los viejos (jóvenes y hombres mayores). Su atuendo se compone de blusas blancas y pantalones de pana verde a media caña, con adorno de bolas de colores, calcetas y alpargatas blancas con cintas de colores, pañuelos rojos con lunares blancos en la cabeza y faja y banda rojas -salvo las del guión, que las usa verdes- y las correspondientes castañuelas con cintas de colores.

Existen otras manifestaciones de danza de menor entidad, como por ejemplo el baile de las jotillas de Aroche o las de Santa Bárbara de Casas. También es el caso de los fandangos de Almonaster la Real, de gran riqueza antropológica por su variedad de estilos y la indumentaria utilizada. A todas ellas hay que unir los bailes habituales en fiestas, desde rumbas y sevillanas hasta los bailes del pino de El Granado o Alosno, que fuera ya de la ancestralidad de las manifestaciones tradicionales, cumplen una función lúdica también a tener en cuenta.

Cañaveral de León es un pueblo muy cercano a Hinojales. Al parecer, en tiempos antiguos existía en Cañaveral una tradición de danzantes que intervenían en las fiestas de Santa Marina. Tras su desaparición, en dichas fiestas son llevados los danzantes de pueblos limítrofes, ya sea Hinojales o Fuentes de León (Badajoz). También, según Cantero citando a Antonio Limón Delgado, han desaparecido las danzas masculinas de El Granado y de San Silvestre de Guzmán.

Hasta aquí hemos mostrado el amplio abanico de expresiones de danza que se dan en la provincia. Es muy posible que no todas las danzas que hemos descrito tengan ese carácter mágico que explicábamos al comienzo. Aún así, el valor antropológico de tales manifestaciones hace muy recomendable su conocimiento, su divulgación y su preservación para las generaciones venideras, como muestra del más valioso patrimonio inmaterial que poseemos.

Arroyomolinos y Galaroza: ovnis en la Segunda República Española

La “ufología convencional” nació en 1947, tras el avistamiento protagonizado en Estados Unidos por el piloto Kenneth Arnold. Pese a ello, son muy numerosos los avistamientos de “objetos aéreos anómalos” acaecidos en fechas anteriores a ese año. En nuestra provincia tenemos ejemplos de gran interés, como los que describo a continuación. En la lluviosa noche de la Inmaculada Concepción de 1932, en plena II República Española, dos avistamientos -separados entre sí por pocas horas y pocos kilómetros de distancia- llevaron el asombro primero y el pánico después a las localidades serranas de Arroyomolinos de León y Galaroza.

Estos casos fueron investigados y difundidos por el buen amigo y veterano ufólogo sevillano, Ignacio Darnaude Rojas-Marcos, vinculado familiarmente con la localidad de Arroyomolinos de León, en la que iniciaremos la narración de estos casos tan singulares, siguiendo los informes del propio Darnaude. Los hechos tuvieron lugar en la noche del 8 al 9 de diciembre de 1932, entre las once y media y las doce. La noche era lluviosa, pero sin truenos ni tormenta. Darnaude tuvo ocasión de entrevistar a tres testigos directos del caso arroyenco: Regina Santos Núñez y las hermanas Josefa y Esperanza González Vázquez.

Aquella noche, de repente, se observo una luminosidad espectacular, originada por una masa con forma de “melón ardiente” que caía del cielo sobre la vertical de la población, aunque no llegó a estrellarse contra el suelo. Cuando el cuerpo incandescente había alcanzado una cierta altura en la trayectoria de su descenso, el “melón de fuego” se dividió en fragmentos, originando una ensordecedora explosión, muy distinta al conocido fragor de los truenos. Alguna de las testigos describió el objeto como “un ovillo o bola que iba soltando muchas chispas, una especie de madeja cuyo hilo se fuera desprendiendo”, afirmando que “cayó” (sin citar fragmentación ni impacto real en el suelo) por la zona del Barranco de la Morena.

Cuando aquello atronó los cielos, los lugareños pensaron que se trataba de una bomba de gran potencia colocada por los extremistas por motivos políticos, cundiendo una fuerte alarma. No en vano, se vivían tiempos convulsos, de huelga general y disturbios locales con enfrentamientos entre vecinos y efectivos de la guardia civil. Al oír el estruendo, estos se parapetaron en el interior de la casa cuartel, empuñando los fusiles temiendo que se tratara un atentado terrorista contra la fuerza pública. Por otra parte, un operario sevillano que trabajaba en la construcción de la carretera de Arroyomolinos de León a Cañaveral de León, estaba dormido en la fonda de la localidad y sin recordar cómo, se encontró de improviso en mitad de la calle, vestido, con las botas puestas y los calcetines en la mano.

Tras el enorme traquido de aquella explosión, en Arroyomolinos de León el fluido eléctrico se vio interrumpido durante unos dos segundos, para luego volver a la normalidad. La energía la suministraba un alternador movido por gas, propiedad del empresario Antonio Darnaude Campos -tío del investigador-, quien aseguró que no había encontró explicación alguna a la interrupción del suministro, pues ni el motor, la dinamo ni la red de cables habían sufrido el menor deterioro. Así lo atestiguó también el electricista Guillermo Silva Ballesteros, responsable en esos momentos de la supervisión de las instalaciones. Silva declaró que nada anormal se había registrado en las dependencias de la “Electro-Harinera-Panificadora San Fernando” que pudiera justificar la caída momentánea del voltaje en los conductores. La unidad motriz y el alternador continuaron funcionando sin alteraciones, y Guillermo no manipuló en esos segundos ningún interruptor ni reostato.

Además del apagón, se produjeron otros fenómenos ligados con la electricidad. En la residencia del propio Antonio Darnaude se incendió la instalación eléctrica del piso alto, seguidamente de la “conflagración atmosférica”. Un empleado -Martín Rodríguez Garrido- consiguió sofocar las llamas en los hilos de cobre. A la vez, en el piso bajo, el cristal de una bombilla eléctrica -que estaba apagada cuando sobrevino la detonación- resultó pulverizado en pequeñísimos trozos. Había por aquel entonces tres aparatos de radio en Arroyomolinos. Al de Antonio Darnaude se le quemó el condensador fijo en la entrada de la antena. El del doctor Diego Vélez Escassi no emitía sonido alguno al día siguiente, pese a que en el momento de los hechos se encontraba apagado. Justo lo contrario que ocurría con la radio de Cornelio Fernández, que estaba encendida y no sufrió perturbaciones en el momento crítico.

Entre los efectos de índole física podemos citar también la apertura de una grieta en un muro interior de la iglesia; el derrumbamiento de un tabique en la fonda; la fracturación del suelo rocoso y consistente en un foso subterráneo (a la mañana siguiente se comprobó con asombro que el piso de la poza aparecía removido y cubierto de piedras sueltas, arrancadas del duro subsuelo por una fuerza desconocida de tremenda potencia, algunos de estos peñascos tenían un peso de más de diez kilos); la caída de un mueble aparador en un domicilio particular; y la inexplicable apertura de una zanja (de dos metros de larga, metro y medio de ancha y medio metro de profundidad) en la tierra de un corral, con extracción y dispersión por el entorno del manto vegetal y las arcillas del terreno. A todo esto hay que añadir puertas de domicilios que se abrieron solas, daños e un camión, cuadros que se cayeron de las paredes, un sinfín de cristales rotos y hasta personas mareadas o desmayadas tras el estampido.

Sin embargo, ni la central de energía, ni la posada, ni el templo parroquial, ni otros lugares donde se constataron destrozos físicos en su recinto interior, la techumbre y los muros exteriores habían sufrido el menor deterioro. Otro de los elementos sorprendentes de aquella situación fue que los desperfectos fueron muy puntuales y afectaron a espacios muy concretos, alineables en una franja de un kilómetro de longitud en línea recta, relativamente estrecha.

Por esas extrañas coincidencias de la vida, uno de los testigos del caso de Arroyomolinos se casó pasado el tiempo con una mujer natural de Galaroza. Cuando Darnaude realizó la investigación del caso, esa mujer le informó de una coincidencia asombrosa. En la misma jornada del ocho de diciembre de 1932, a las seis y media de la tarde (cinco horas antes del desplome del “balón de rugby” sobre Arroyomolinos de León), se estaba celebrando en Galaroza la solemne procesión de la Inmaculada Concepción, que transcurría sin novedad por las calles cachoneras. De pronto, los numerosos fieles que formaban parte del cortejo religioso contemplaron atónitos en el cielo “una pelota grande del color del fuego que giraba y parecía que iba dando vueltas”. El fenómeno lumínico se desplazaba lentamente, hasta el punto de que a algunos devotos les dio tiempo de ahumar cristales para observarlo mejor, lo que indica por otra parte que el objeto esférico despedía un fulgor muy intenso.

No deja de ser interesante la coincidencia de ambos fenómenos tan inusuales y llamativos en dos enclaves distantes a vuelo de pájaro unos veintiocho kilómetros, y separados tan sólo cinco horas en el tiempo. ¿Cuál fue la naturaleza y origen del “melón ardiendo” de Arroyomolinos y del “balón de candela” en Galaroza?. ¿Y hubo alguna relación entre ambas exhibiciones?. El cegador “ovillo que se deshilachaba” sobre Arroyomolinos originó una sarta de efectos electromagnéticos y físicos harto singulares, difícilmente explicables si pensamos que era un cuerpo natural en caída libre. Y, por su parte, la lenta esfera ígnea presente en el acto mariano de Galaroza no es asimilable a ningún suceso de la naturaleza ni a artefacto alguno de la aviación de la época. Desgraciadamente, el largo tiempo transcurrido nos impide acceder a nuevos testigos que nos permitirían añadir más luz a aquellos hechos.

miércoles 30 de septiembre de 2009

Marte en Riotinto

La vida tiene curiosas paradojas. Muchas y muy curiosas. Como, por ejemplo, la de que un río llamado Tinto apenas discurra por los terrenos de un municipio que toma de él su nombre, Minas de Riotinto. Pero no es de minería de lo que quiero hablarles en esta ocasión, sino de otra paradoja que relaciona al planeta Marte con esa corriente fluvial que nace en La Granada de Riotinto; crece -tímida aún- en Nerva, Minas de Riotinto, Zalamea la Real, Berrocal y Paterna del Campo; se vuelve poderosa en Villarrasa, La Palma del Condado, Niebla, Bonares, Lucena del Puerto, Trigueros y San Juan del Puerto; y muere lentamente en Moguer, Palos de la Frontera y Huelva, al fundirse con el Odiel y perderse definitivamente en la salada inmensidad oceánica. Sí, el Tinto es algo más que un río.

Corría el 2002 cuando saltaba a la palestra internacional la noticia de que -tras tres años de investigación- en el río Tinto se había producido el hallazgo de microorganismos eucariotas, en un hábitat con condiciones muy extremas para la vida por su elevada acidez -un pH de 2.2-, su alta concentración de metales pesados como el hierro y su escasez de oxígeno. Condiciones estas que hacían pensar que la investigación de tales organismos -realizada por miembros del Centro de Astrobiología (CAB)- podría ser de utilidad en futuras misiones al planeta Marte, de cara a buscar formas de vida primigenia en el planeta rojo (ampliable con el tiempo a otros astros de nuestro sistema solar), pues nuestro río posee ciertas características análogas a las de ese astro. El astrofísico onubense Juan Pérez Mercader afirmaba que “El Río Tinto es un modelo extraordinariamente interesante y muy accesible para estudiar la vida en Marte desde la Tierra” y que “El análisis de las aguas de este río puede ofrecernos las claves de cómo pudo haber sido la vida en el planeta Marte si es que existió alguna vez”.

En sus aguas se ha detectado una colonia de 1.300 especies distintas de microorganismos quimiolitótrofos que se alimentan de los sulfuros polimetálicos. Cabe destacar que, según afirmó Ricardo Amils en 2005, en un congreso celebrado en El Campillo, la existencia de bioformaciones de hierro en el sistema del Tinto con más de trescientos mil años de antigüedad, mucho antes de iniciarse la labor minera, indica que las caracteristicas tan peculiares de este río no son debidas a la contaminación por las labores mineras, sino que son muy anteriores. Estos seres que habitan hábitats hostiles y, en apariencia, estériles son llamados extremófilos. El geólogo José Borrero ya anunciaba en 1998 los resultados de unas investigaciones realizadas desde 1994 por científicos de la Universidad Autónoma de Madrid en las que ya se detectaron casi seiscientas especies extremófilas, entre hongos, algas, bacterias y protozoos. En nuestro caso habitan un medio extremadamente ácido, pero hay otros ejemplos de extremófilos en el planeta, como los que se desarrollan en géiseres, en los hielos de la región antártica, en ambientes alcalinos, radiactivos o muy salinos, o cerca de surtidores hidrotermales submarinos, donde se dan condiciones de elevada presión y altísimas temperaturas.

Las investigaciones, en las que participó en 1999 el propio director de NASA, Daniel Golfín (que acudió a la zona acompañado del Secretario de Estado de Defensa, Pedro Morenés), se realizaron en cuatro fases simultáneas. La primera actuación, dirigida por el catedrático de Microbiología Ricardo Amils, investigaba la biología y la bioquímica del Río Tinto. En el proyecto, denominado “P.Tinto”, participaron investigadores de la NASA como Carol Stoker, Jonathan Trent y Rosalinda Grymes. El trabajo consistió en realizar análisis de las aguas del río mediante un prototipo de robot submarino -al que llamaron “Snorkel”- construido por el Laboratorio de Robótica y Operación Remota del CAB, con el fin de perfeccionarlo para emplearse con el tiempo en la búsqueda de vida microorgánica en Marte.

Esa primera actuación permitió identificar bacterias primitivas procariotas, o arqueobacterias, que carecen de núcleo celular y compartimientos membranosos. posteriormente, fueron detectados microorganismos más complejos y evolucionados, del tipo eucariota, que son células de un tamaño diez veces superior al de los procariotas y que poseen un núcleo para el ADN. El hallazgo de esas bacterias multicelulares causó gran sorpresa en la comunidad científica, que encontró nuevas posibilidades, insospechadas hasta ese momento, de cara a la exploración de vida en Marte, ya que evidencia que la vida es muy resistente y puede aflorar en ambientes muy extremos. Así, parece más posible que la vida haya surgido en planetas como Marte, o en lunas como Titán o Europa.

Otro equipo, bajo la dirección del paleobiólogo David Fernández Remolar, estudió a su vez la geobiología del Tinto. Otra actuación fue el diseño de instrumentos para estudiar el río de forma automática, bajo la dirección del Dr. Javier Gómez de Elvira. La cuarta actuación consistió en la realización de una serie de perforaciones cerca del Río Tinto para estudiar cómo se ha propagado la vida de eucariotas y cómo otros tipos de vida se estaban propagando a lo largo de las rocas del Río Tinto.

Tras la publicación de los trabajos en la prestigiosa revista Nature, el investigador onubense Moisés Garrido entrevistó al Dr. Juan Pérez Mercader, director del CAB, para conocer de primera mano las investigaciones que su equipo de científicos realizaba en el Río Tinto. Pérez Mercader destacó que los hallazgos de una biodiversidad de eucariotas muy superior a lo esperado quería decir que la vida es muchísimo más robusta de lo que se pensaba hasta hacía muy poco tiempo. Y eso tenía implicaciones importantes a la hora de pensar qué tipo de vida podría haber en otros lugares del Universo.

Como comentábamos al comienzo, paradojas de la vida -nunca mejor dicho- han hecho que la búsqueda astrobiológica tenga en los áridos parajes de la Cuenca Minera onubense un espacio esencial para su desarrollo. Se me olvidaba comentar que la astrobiología es una nueva ciencia interdisciplinar, en la que trabajan de la mano astrónomos, geólogos, biólogos y otros profesionales para dilucidar las posibilidades de existencia de vida fuera de nuestro planeta, y (llegado el caso) detectarla e investigarla.

sábado 29 de agosto de 2009

Por tierras visigodas

Cada periodo histórico se nos manifiesta acompañado de una serie de misterios de mayor o menor calado, pero hay algunas etapas que por determinadas causas presentan grandes incógnitas, que las convierten en especialmente misteriosas. En nuestra provincia ese es el caso de la época visigoda. Tal vez en otras tierras de la geografía peninsular exista una abundante documentación así como un buen número de vestigios de ese mismo periodo, arrojando en su conjunto mucha luz sobre su devenir, pero en la zona suroccidental no se da el caso. En concreto, en tierras onubenses son muy escasos, por lo que ese velo de misterio está plenamente justificado.

El asentamiento de los visigodos en la Bética coincidió en el tiempo, siglos V al VIII, con la etapa de afianzamiento del cristianismo en la zona. Su entrada en lo que hoy es nuestra provincia no fue masiva, más bien fueron pequeños grupos de la clase militar que tenían encomendada la consolidación del dominio territorial. Suponían por tanto un pequeño porcentaje respecto a la población hispanorromana, que no se resistió a su avance por considerarlos sus salvadores frente a la opresión tributaria romana. Hasta bien entrado el siglo VI no comenzó a producirse cierta fusión entre visigodos e hispanorromanos, aumentando entonces la densidad de población visigoda.

La conversión de los visigodos del arrianismo al cristianismo ayudó a este a consolidarse con mayor rapidez. Con esa fortaleza, la estructuración eclesiástica de la Bética centró su diócesis en Sevilla, creando varias sedes sufragáneas, entre ellas la de Niebla, cuyo templo catedralicio, según la historiadora Carmen Martín -experta en el periodo visigodo onubense-, debió ocupar el espacio en el que actualmente se alza la iglesia de Santa María o el ocupado por los restos de la iglesia de San Martín. Debido a ese carácter episcopal, esta localidad es una de las que más material visigodo nos ha aportado en toda nuestra provincia. Entre esos materiales cabe destacar una ventana de mármol, de triple hueco con un arco de herradura, tallada en una sola pieza. El arco se asienta sobre dos pequeñas columnas con capiteles de doble voluta dotadas de collarino, fustes lisos y basas altas. El conjunto se encuadra en un zócalo con una especie de sogueado que pasa también por la rosca de los arcos. Sobre estos hay una línea de rosetas y otra de hojas de acanto salientes con volutas esquemáticas curvadas. Además, en la iglesia de Santa María hay una ventana mudéjar, cuyo parteluz es una pilastra reutilizada, de mármol, con hojas grandes en la parte de arriba y palmeras con dos aves picando el fruto, en la de abajo. Tal ornamentación es característica del periodo visigodo.

Como hemos dicho, en nuestra provincia se han descubierto pocos restos arquitectónicos de época visigoda. Además de los descritos en Niebla, contamos con otra muestra importante en Almonaster la Real, cuya mezquita contiene, además de una muestra epigráfica incompleta, varios elementos destacables. Una de las columnas de ese templo usa como capitel un cimacio visigodo de mármol blanco, cuyas caras inclinadas presentan alternativamente una decoración de dameros y de cruces griegas inscritas en círculos tangentes, en bajorrelieve tallado a bisel. Sobre el acceso al patio existe un dintel de granito con un bajorrelieve en su cara frontal, que representa una cruz griega inscrita en un círculo, con sendas flores de lis a los lados, recuadradas y sin guardar simetría respecto al resto de la pieza.

Otra pieza destacable de las conservadas en la mezquita es una placa de cancel -de mármol blanco- con decoración en relieve, trabajada a bisel, que muestra (rodeadas por una cenefa de roleos y rosetas de cuatro hojas) tres líneas de espiga verticales. Tal es el resultado de la composición de treinta y seis recuadros -tres en la base por doce de altura-, cada uno de los cuales presenta en su interior una flor trifolia. Los cuadrados que ocupan la franja vertical central son más estrechos que los laterales, por lo que la espiga central también lo es respecto a las otras dos. También existe en el recinto una mesa de altar incompleta, de la que se conservan tres fragmentos, en algunos de los cuales se aprecia ornamentación a base de pavos reales o palomas de larga cola, cruces griegas, ángeles y variados motivos vegetales, que en conjunto hacen de esta obra una de las más importantes de este periodo en dicho monumento y en toda la provincia onubense.

Sin salir del término municipal de Almonaster la Real, nos encontramos con otro posible hallazgo de época visigoda. Al parecer, en las proximidades de una mina de La Cueva de la Mora se hallaron varios ladrillos decorados, de los que se usaban como adornos de paredes o techumbres, o con fines funerarios. Tales ladrillos, junto a otros de procedencia incierta, se encuentran en la actualidad en el Museo Provincial.

Yéndonos ahora al sur de la provincia, en 1977 se encontró en Almonte una placa rectangular de mármol blanco -conservada en la actualidad en el Museo Provincial- que muestra evidencias de haber estado fijada a algún elemento constructivo, quizás al cancel de una basílica. Originariamente era un placa romana con una inscripción, pero en tiempos visigodos fue reaprovechada por la otra cara para crear un ornamento, bordeado por una cenefa lisa. Una columnilla de fuste helicoidal coronada por un capitel de volutas divide la pieza en dos partes simétricas, en cada una de las cuales hay nueve filas de arcos de medio punto en relieve, conformando una especie de malla, ya que el punto de tangencia de dos arcos descansa sobre la parte central de otro arco de la hilera inferior.

En algunos casos, como ocurre en Arroyomolinos de León, la ornamentación de los restos hallados no ha cambiado lo suficiente como para definir con rotundidad la pertenencia al periodo visigodo. Eso ocurre con un capitel reutilizado como pila de agua bendita en la iglesia de Santiago el Mayor. Su ornamentación no permite aclarar si es tardorromano o visigodo, aunque en principio los estudiosos se decantan por el segundo periodo. Curiosamente, una reutilización similar se da en la ermita de Santa Cita, de Zufre, donde sí queda clara su adscripción al periodo visigodo por los motivos florales presentes en el capitel de mármol. Por otra parte, en Encinasola se conservan unos restos arquitectónicos visigodos, vinculables a una basílica paleocristiana rural. Juan Aurelio Pérez describe en esa localidad dos placas de mármol reaprovechadas con relieves, en los que se aprecia una cruz griega inscrita en un círculo y unos motivos en forma de S a los lados de un tallo central.

En Hinojales fueron hallados un par de aretes de bronce pertenecientes a alguna necrópolis. En esa misma localidad, en el suelo de la ermita de Ntra. Sra. de Tórtola, hay una lápida de mármol blanco con una inscripción funeraria. La pieza, que se halla casi completa pese a su fragmentación, incluye un anagrama de cristo entre las letras alfa y omega, dos aves y el texto: “Basilia famula/ cristi vixit an/ nos plus minus/ triginta et quin/ que recessit in/ pace diae pridiae/ nonas octob/ aera DLXVIII”. Existen otras muestras epigráficas halladas en nuestra provincia. En la fachada de la iglesia parroquial de Almonte se muestra una lápida completa -del año 495-, ornamentada con un crismón dentro de láurea, rodeado de cruces y una paloma con un motivo vegetal en el pico. La pieza hace alusión a la niña Domigratia. En Corteconcepción fue encontrada otra lápida, incompleta y con crismón, que se expone en el Museo Provincial de Huelva.

Otra localidad con una importante huella visigoda es Puerto Moral. Allí existe una ermita de repoblación, construida sobre lo que fue un templo visigodo. La ermita de San Salvador en la actualidad se usa como majada para el ganado. Presenta varios sillares reaprovechados del antiguo edificio paleocristiano, como demuestran las cruces grabadas en ellos. En el cortijo colindante existían dos fragmentos -hoy desaparecidos- de un friso con decoración visigoda. En las proximidades de la ermita fueron hallados también enterramientos que contenían restos óseos humanos y un vaso votivo con asa, cuerpo moldurado y un botón saliente en el punto de unión del asa con la panza.

Un jarro parecido resultó el ajuar único de una necrópolis onubense -de cuarenta tumbas- excavada por Mariano Del Amo. También en Huelva se halló un enterramiento de una sola tumba, con dos esqueletos y un jarro de pasta blancuzca. En el museo de Huelva existen otras piezas cerámicas visigodas procedentes de necrópolis de Candón, en Beas, de Niebla y de Valverde del Camino. En Bonares se tiene noticia de la existencia de una necrópolis, de la que se desconoce la ubicación. En esa localidad se encontró casualmente una placa de cinturón de tipo liriforme. En Aroche, por su parte, existen varias necrópolis que han aportado vasos de perfil en S y fondos planos. Por otra parte, en el casco urbano de Higuera de la Sierra y en el paraje de La Tejonera, en Cortegana, han sido hallados sendos jarros realizados a mano, tal como otros provenientes de Ayamonte, Lepe y Niebla.

Volviendo a la localidad de Puerto Moral, Eduardo Del Valle y Rodolfo Recio estudiaron esos fragmentos de frisos. El primero de ellos muestra flores tetrapétalas, enmarcadas por anillos eslabonados. Tales flores presentan una profunda hendidura circular en torno a la corola. Gruesas digitaciones irregulares recorren la piedra en sentido perpendicular. El segundo friso, que según Martín podría tratarse en realidad de un fragmento de cimacio -algo que yo no comparto-, ostenta una rueda solar, configurando una extraña figura geométrica definida por unos radios -divergentes en sentido contrario al perímetro-, formados por cuatro sectores de círculo de amplios rebordes. La figura estaba bordeada por semicírculos desiguales y alternos, equidistantes de una yema o botón central.

Y eso es todo. Es evidente, como ya anunciábamos con anterioridad, que la muestra de restos visigodos es escasa en nuestra tierra. Además, no contamos en esta provincia con ningún resto de esos que asombra al observador por el brillo de los metales preciosos y las gemas. Ni cruces, ni coronas, ni nada por el estilo, pero hay dos cosas innegables: que los visigodos patearon nuestros senderos y que sabemos muy poco de su paso por estos lares.

miércoles 29 de julio de 2009

Los ovnis de Castañuelo

Durante mi infancia en Puerto Moral escuché a mi padre narrar esta historia cientos de veces. Pese a la distancia y al tiempo transcurrido, los detalles eran recordados con claridad y nunca encontré ninguna contradicción. Los hechos eran tan simples como claros. Mi padre y su hermano -Ignacio y Tomás- volvían a su casa de Castañuelo desde Aracena, caminando, después de haber pasado la tarde del domingo con sus respectivas novias, que vivían en esa localidad. Eran tiempos muy distintos a los actuales, corría el mes de agosto -o tal vez el de septiembre, pues el verano estaba ya muy avanzado- del año 1955. La carretera de Aracena a Castañuelo era por aquel entonces mucho más sinuosa de lo que es en la actualidad.

Podían ser cerca ya de las dos de la madrugada cuando, súbitamente, apreciaron un fogonazo que cesó de inmediato. Era como si un coche (poco frecuentes en la zona por aquella época) los hubiera enfocado por detrás -pues ellos no acertaron a ver el origen de la luz-, acercándose para adelantarlos, aunque en ningún momento apreciaron ruido alguno. Naturalmente, no había tal coche. Al cesar la luz, apenas en un instante, estaban tan solos y tan a oscuras como lo habían estado hasta unos segundos antes. Sorprendidos por el hecho, ambos continuaron su camino hacia la pedanía aracenesa.

Cada vez que le pedía a mi padre detalles sobre el acontecimiento, él me decía que todo el campo que los rodeaba se iluminó como si fuera de día. Tal potencial lumínico es muy superior al que ofrecen los faros de cualquier coche, por lo que se descartaba definitivamente tal opción, ya invalidada de hecho por la total ausencia de ruido. Alguna vez le pregunté por la sombra que proyectaron cuando fueron tan misteriosamente enfocados. Ese dato podría ayudarme a aclarar el ángulo de incidencia de la luz. Pero por mucho que se esforzaba en recordar, nunca pudo aclararme nada al respecto.

Siempre quise saber el punto exacto en el que ocurrió el hecho, por lo que en cuanto tuve vehículo propio aproveché una visita a Castañuelo para pedir a mi padre que me indicara la localización. El tiempo transcurrido y las reformas del trazado de la vía lo hicieron dudar, pero dando un cierto margen de error, me señaló una zona intermedia entre el inicio del camino de tierra que lleva a la zona arqueológica (una interesantísima área en la que se reúnen una necrópolis de cistas de la Edad del Bronce, con su correspondiente hábitat, y un poblado de la Edad del Hierro) y la entrada a la finca de Los Robledos. Aconteció tras una curva, de las existentes o de las que han sido eliminadas en alguna de las remodelaciones que se han efectuado en la carretera a lo largo de los años.

Como no podía ser de otra manera, cuando tuve oportunidad también interrogué a mi tío sobre aquellos hechos, sensacionales a la vista de un adolescente que se adentraba en la investigación del misterio. Mi tío corroboró una y otra vez la versión que me había dado mi padre, aunque con algún matiz. Esas variaciones, lejos de suponer contradicción, enriquecían el testimonio recogido en la voz de mi progenitor. El matiz consistía en que mi tío afirmaba que él había percibido por el rabillo del ojo una luz redonda desplazarse por el firmamento. La fugacidad de la observación le impedía ofrecer detalles sobre “aquello”.

Como verán no se trata de un avistamiento de los que pasan a los anales de la ufología, pero para mí supuso el primer caso de mi entorno, con unos testigos plenamente fiables. Además, no fue un caso aislado. A partir de entonces, fueron muchos los habitantes que afirmaron haber sido testigos directos de luces similares. Mi padre me lo comentó en muchas ocasiones y yo mismo he tenido la oportunidad de entrevistar a varios de sus paisanos, que me han narrado sus vivencias. Algunos de ellos fueron sorprendidos por una iluminación súbita de origen desconocido y otros acertaron a ver una esfera luminosa que alumbraba extensas áreas de terreno. Casi siempre en zonas próximas al lugar en el que mis familiares vivieron su experiencia.

Un caso más sorprendente aún vino a sumarse, unos años más tarde, a esa larga lista de hechos insólitos en las proximidades de la aldea de Castañuelo. Era una clara mañana de diciembre de 1970, rayando el mediodía. El protagonista, Juan González Domínguez, que contaba por aquel entonces con una edad de cuarenta y dos años, entre los eucaliptos guiaba hacia la carretera un pequeño rebaño de cabras, cerca de la zona que hemos descrito unas líneas más atrás. Oyó una gran explosión y al elevar la vista observó un objeto muy brillante que le recordó a un frigorífico por su forma. Aquello descendió hasta posarse sobre el asfalto de la carretera a corta distancia del punto en el que se encontraba Juan.

Las cabras y la perra que las acompañaba se volvieron antes de entrar en la carretera, asustadas por la irrupción de aquel artefacto. Al instante de girar, todo el grupo -incluido el pastor- quedaron paralizados. Juan observaba las ridículas posturas del ganado, pero era incapaz de mover ni un solo músculo. Cargaba sobre su hombro un pesado saco lleno de bellotas que había apañado un rato antes y ni siquiera notaba el peso del costal. Veía y escuchaba perfectamente, pero se encontraba inmovilizado.

Pasados varios minutos, el objeto emitió otra explosión, como cuando se golpea con fuerza una chapa o se cierra de golpe la puerta de un camión. A continuación, aquello se elevó -en medio de una espesa nube de humo blanco- y desapareció en el cielo. Fue entonces cuando el hombre y sus animales recuperaron la perdida movilidad. Las cabras saltaron a la carretera y la perra comenzó a ladrar. Aunque el testigo sólo relató los hechos en su entorno familiar, pasado cierto tiempo la noticia comenzó a circular por la zona hasta trascender fuera de ella y llamar la atención de los investigadores del fenómeno ovni.

Juan, al que sus vecinos llamaban cariñosamente “Juanito el de los prados”, describió aquel artefacto al investigador Juan José Benítez, quien incluyó su testimonio en el libro El Ovni de Belén. Se trataba de un objeto rectangular, de unos dos metros de altura, y de un ancho “que no abarcarían dos hombres uniendo sus brazos”. Parecía de aluminio o de acero inoxidable. Observó el testigo cuatro patas cortas, de unos treinta o cuarenta centímetros, y un faro rojo muy fuerte en la parte superior. También presentaba dos luces blancas más chicas en los costados. No vio Juan ninguna bandera, ni seres que ocuparan su interior, pese a que el objeto presentaba dos ventanas a los lados, por encima de las luces blancas.

La sencillez de Juan y la humildad de una aldea como Castañuelo contrastan con la complejidad de un caso como el que acabamos de describir. Ese efecto de paralización resulta muy significativo, ya que no se da con demasiada frecuencia dentro de la casuística ovni. Por otra parte, la cercanía de restos arqueológicos nos lleva a recordar una de las muchas hipótesis utilizadas para tratar de dar explicación al fenómeno. Algunos investigadores, como mi buen amigo Joaquín Mateos Nogales, se han preguntado insistentemente sobre el porqué de tal coincidencia. Fruto de esa reflexión y como alternativa a la hipótesis extra terrestre, ciertos ufólogos apuntaron en determinado momento la posibilidad de que tales objetos pudieran ser las naves de los viajeros del tiempo, algo así como viajeros del futuro desplazándose a nuestro tiempo o a tiempos remotos para observar en vivo ciertos momentos históricos. En principio, se trata de una hipótesis más, indemostrable -al menos de momento-.